El parque Nahuel Huapi reserva circuitos para todos los gustos. Solo es cuestión de abriarse un poco más y salir a andar.

Sin filtro. Experiencia low cost. Volar por el precio de una compra de súper. Doble clic.

La aeromoza usa zapatillas y te trata de vos. Pasa con el carrito ofreciendo café, galletitas, barras de cereal, latas de gaseosa o de cerveza, sopa y papas fritas. Efectivo o tarjeta, al precio del quiosco.

El avión va casi lleno y casi todos compramos algo. Cuando pregunta por altavoz si alguno viaja por primera vez, 12 pasajeros levantan la mano.

Antes de bajar nos piden que dejemos todo tal cual lo encontramos: asientos en posición vertical, sin basura ni papelitos. El avión vuelve a partir enseguida, Low cost, por otros cielos.

En dos horas desde Córdoba llegamos directo al frío. Bariloche nos recibe con sol. Ocho grados.

Parque de atracciones

Haría falta una vida entera para recorrer el Parque Nacional Nahuel Huapi, 710 mil hectáreas de belleza en estado puro de Neuquén a Río Negro donde, por ejemplo, crecen 60 lagunas y lagos, rodeados de más bosques, montañas y valles.

En Villa La Angostura el cielo se desarma en copitos de nieve. El pronóstico no se equivocó y está helado, pero el bosque espera y allá vamos.

La copa de un coihue es un paraguas amoroso que se abre a 40 metros de altura y hechiza de sólo mirarlo. Puede vivir hasta 500 años. La vista se pierde en ese enjambre de hojas y cortezas. La rosa mosqueta se descuelga en una rama, mientras en el suelo todavía hay rastros de las cenizas del volcán Puyehue que tiñó todo de gris en 2011. Es como pisar un sendero de cemento.

Pintados de blanco

10 de junio de 2018. Los diarios de Río Negro comentan la primera nevada del año en Bariloche y el tono es de cierta preocupación. De alerta en realidad, por algunas complicaciones en los servicios. Es que ha sido intensa y copiosa.

En cambio, a mí todavía me dura la euforia, el entusiasmo casi infantil de descubrir cubierta de blanco la misma calle que apenas ayer habíamos caminado bajo el sol.
Todavía no se ven estudiantes ni turistas, casi. Solamente unos pocos jugamos en la plaza agradeciendo el regalo como si fuera Navidad.

Un pueblo con carácter

Puede nevar durante tres días y tres noches, pueden desaparecer las calles y las veredas, puede diluirse el límite entre el cielo y el suelo, pero eso no altera la vida cotidiana de Villa La Angostura. Es un pueblo con carácter. En 2011, estuvo 40 días aislado, en emergencia, por el desastre de las cenizas del volcán Puyehue.

Si todo está blanco, sus 15 mil habitantes entran en «modo nieve» y van a la escuela, al trabajo, al gimnasio, al banco, a hacer las compras. Si se puede, se sale en auto. Y si no, en el perchero hay camperas, pilotos, buzos, gorras, guantes y botas.


Me gusta llegar a un lugar nuevo y pensar que vivo ahí, que soy una más del barrio. Es la primera gran nevada del año y me felicito por mi suerte. Para mí es un gran debut.

Laura, mi prima, tiene que salir a darle de comer a los perros de su amigo. Y allá vamos caminando, hundiendo los pies en la nieve. Son 20 cuadras de ida y otras 30 de vuelta, porque pasamos por el supermercado. Compramos una botella de vino y me tiento con 100 gramos de ciervo ahumado, 140 pesos.

Llegamos a casa sin drama, sin linterna. Descubro que la nieve también ilumina de noche. Me siento adentro de una postal, de un cuento de Dickens. Todas imágenes importadas, porque para mí siempre fue verano en Nochebuena.

Caminata al paraíso

Salió el sol en Villa La Angostura, pero la nevada tumbó algunos árboles y todavía está cerrado el Bosque de los Arrayanes, mi nostálgico objetivo.

El “Plan B” se llama Última Esperanza. Es uno de los brazos del lago Nahuel Huapi y se accede solamente caminando por un sendero público, autoguiado, que hay que saber encontrar al costado de la ruta que va hacia Chile.

Dejamos el auto en la banquina y empezamos la marcha ayudándonos con unas cañas de bastón para no resbalarnos en el hielo. Nos lleva dos horas y la recompensa es formidable. Créanme que hay que apuntar esta caminata en todas las guías de turismo.

Nacer y morir en el mismo río

Así suena el río Correntoso, el más corto del mundo, el que puso a Villa La Angostura en el mapa de los pescadores de elite de todo el mundo. En los años ’60, había aquí truchas Arco Iris de más de 10 kilos, y el dato se desparramó.

El río mide 150 metros y va desde el lago Correntoso hasta el Nahuel Huapi. Cada año, las truchas lo remontan para ir a desovar. Nadan contra la corriente como el salmón, es un modo de nacer y morir en las mismas aguas heladas.


En 1904, en barco de Nueva York a Buenos Aires y luego en carreta, llegaron aquí las primeras ovas de truchas que se sembraron en la Patagonia.

Según leo, fue una gestión de Francisco P. Moreno, el famoso perito Moreno, el mismo que después donó las tierras para el Parque Nacional Nahuel Huapi y que a mí me gustaba tanto de chica porque se llamaba Pascasio, como mi abuelo Josecho.

Juguemos en el bosque

Volver a los 17, volver a los Arrayanes. Abrió el bosque y allá vamos. Para proteger su conservación, el circuito ahora se recorre sobre una pasarela con barandas.

Llegamos al bosque caminando desde Villa La Angostura por la huella andina, una senda identificada con la banderita argentina que supone 12km de ida y otros 12km de vuelta. Varios todavía tienen nieve. Pura maravilla. Paga el esfuerzo.

La entrada al parque, en junio de 2018, es de $140 para visitantes nacionales. Se pagan con mucho gusto.

El arrayán crece caprichoso, se abraza a los otros árboles. Está siempre de temporada con su color canela. En el verano se cubre de flores blancas. Ahora se menea con su collar de perlas moradas.