La historia de Bolivia se condensa en esta ciudad que deslumbra a los viajeros con su personalidad arrolladora y su exquisita arquitectura colonial.

En la ciudad de Sucre, Bolivia, hay que acostumbrarse a caminar mirando para arriba, girando la cabeza de un lado al otro como una lechuza. Es que todo ocurre más arriba del mentón. Las calles son angostas y la arquitectura colonial se aparece en los faroles, las rejas, las puertas y se multiplica en las cúpulas, los campanarios, los escudos. A Sucre la llaman la Ciudad Blanca. Y tienen razón aunque es un apodo incompleto. Es blanca y es bella.

“Sucre es la Capital constitucional de Bolivia. Aquí se declaró la independencia en 1824 y aquí fue la revuelta de Chuquisaca, el primer grito libertario de América, el 25 de mayo de 1809”, recuerda Iván del Castillo, plantado en medio de la plaza principal 25 de Mayo.

 

Es una mañana azul. Rodean la Catedral, la Casa de la Libertad, el antiguo Palacio Presidencial y la sensación de caminar por el pasado con las zapatillas de este tiempo. Porque Sucre tiene una universidad pública que convoca a estudiantes de todo el mundo y los mochileros europeos llegan con la excusa de aprender español pero se quedan meses, o años.

Sucre tiene 300 mil habitantes. Todo está a mano en esta ciudad de techos rojos y paredes blancas que fue declarada Patrimonio Cultural de la Humanidad en 1991.

Cuna de la libertad

Si hay un museo para recorrer en Sucre es la Casa de la Libertad. Más que una visita será una manera de comprender nuestra propia historia y las múltiples relaciones entre Córdoba de Argentina y la vieja Chuquisaca.

El edificio fue construido por los jesuitas en 1592 para abrir un colegio y la universidad (1624), que es contemporánea a la de Córdoba (1613) sólo que, en vez de teología, allí se daba derecho canónico, derecho civil y derecho eclesiástico.

En Chuquisaca funcionaba la sede de la Real Academia de Charcas, máxima autoridad judicial de la corona española desde Cusco hasta Buenos Aires, y no faltaban los planteos. Aquello le dejó otro sobrenombre: la ciudad de los abogados.

Con 20 años recién cumplidos, allá por el 1800, por la Universidad Pontificia de San Francisco Xavier pasó por ejemplo Mariano Moreno. Y Juan José Castelli -el primo de Manuel Belgrano-  o Bernardo de Monteagudo, redactor del documento del Grito de Chuquisaca de 1809, que prendió la mecha de la libertad en el continente.

En una sala a media luz, está la bandera que escondió Belgrano en una iglesia de Potosí  en 1813  y que fue recuperada varias décadas después.

Heroína rebelde

Otra sala del museo está dedicada a los guerrilleros, y ahí se destaca la enorme figura de Juana Azurduy. En una época en que las mujeres vivían hasta los 35, ella murió a los 82 años. Y no será porque haya tenido una vida tranquila. El feminismo ya tenía sus espadas filosas.

Con su marido Juan Manuel Ascencio Padilla se sumaron a la lucha libertaria. Juana encabezó un ejército de indias y mestizas como ella. Usaba el sable con actitud.

A Padilla lo mataron y colgaron su cabeza en una plaza cuando ella esperaba su quinto hijo y había enterrado a los otros cuatro. Pero las tragedias no minaron su espíritu libertario. Lloró por cada uno de ellos y se cruzó a Salta para colaborar con Martín Miguel de Güemes. Cuando murió en 1860, en Jujuy, pobre como una mendigo, la enterraron en una fosa común. Más de 100 años después, repatriaron sus restos a Bolivia para que se reunieran con los de su esposo. Ahora descansan juntos en una urna en esa sala del museo. La entrada cuesta 15 pesos bolivianos (unos dos dólares), pero está claro que la visita vale muchísimo más.

 

Otro dato interesante sobre Juana Azurduy aflora al recorrer otro museo, el Convento de Santa Teresa, donde Juana fue internada a las 17 años, huérfana, por una tía que pretendía para ella una vida reposada. Duró apenas ocho meses. Las celdas del claustro no eran para ella.

El convento alberga hoy a 12 religiosas de clausura (la más joven tiene 15 años). Parte del edificio se habilitó como museo para solventar su mantenimiento a cargo de la congregación. La entrada, 10 bolivianos ($30).

Tierra de dinosaurios

Otro atractivo turístico que tiene Sucre es el Parque Cretácico, donde pueden observarse a simple vista las huellas de los dinosaurios que caminaron por allí hace 68 millones de años. Las marcas quedaron a la intemperie en el enorme murallón del cerro Cal Orck’o (cerro de cal) a propósito de la explotación de una cantera que se ubica ahí mismo.

“Esa pared que vemos, era una planicie en la prehistoria pero quedó así, en vertical, debido al movimiento de las placas tectónicas”, explica la guía del lugar que, sólo durante 2017 recibió a 192 mil visitantes, según informaron en la Municipalidad que explota el parque recreativo y que tiene previsto nuevos proyectos educativos allí para un futuro próximo.

Por las cúpulas

Chuquisaca, Sucre, fue durante la época colonial la sede del Arzobispado de La Plata que regía desde La Paz hasta Buenos Aires. Eso explica tantas iglesias tan hermosas. Si hubiera que elegir una en el centro para visitar, además de la Catedral, recomendamos con fervor la basílica de San Francisco.

No sólo por el artesonado original de los techos, donde se pueden apreciar distintos estilos (barroco, renacentista, modéjar), o por la cripta que funcionó como cementerio de notables y a la que se puede bajar, sino por la terraza y por el campanario donde está la campana que llamó a la rebelión durante el Grito Libertario de Chuquisaca, en 1809. La visita incluye el acceso hasta ese campanario.  Y cada 25 de mayo, evocando la gesta de la independencia, el presidente en ejercicio del país viaja a Sucre para hacer repicar la campana.

La ciudad luce magnífica desde cualquier ángulo, pero las mejores vistas de Sucre puede afirmarse que están en la terraza del convento de San Felipe de Neri. Dato obligatorio para los visitantes: reservar por lo menos una hora y 10 bolivianos para subirse allí.

Es un horizonte de 360 grados tallado en paredes blancas y techos de tejas, cúpulas, espadañas, torres, campanarios.  Un solar de ensueño para caminar, admirar y agradecer. Y para volver otra vez, a girar la cabeza de un lado a otro, mudos de felicidad.

 

(El texto original de esta nota se publicó en abril de 2018 en Estación Trip, sitio web del programa homónimo que conduce y produce la periodista Patricia Veltri)