La vieja casa donde creció Martín Miguel de Güemes es un museo interactivo imperdible. Muy conmovedor, el Museo Arqueología de Alta Montaña, donde están las momias de los niños de Llullaillaco.

Güemes no había cumplido los 37 años cuando, sabiendo que se moría, malherido por un disparo realista, después de repeler seis ataques del enemigo, le ordenó a los infernales seguir en pie y les pidió que se multiplicaran en fogones desafiantes y animados para mostrar fortaleza. Él es un símbolo de Salta y un museo habla de su vida. «No deje de visitarlo. Es nuevo, interactivo y funciona en la casa donde él pasó su adolescencia», dice la chica de la Oficina de Turismo. De verdad, vale la pena pagar la entrada.

 

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Es un gran programa ir a la casona donde nos van contando la historia como si fuéramos niños, con pantallas, recreaciones, voces y personajes. El museo se recorre en grupos que pasan de sala en sala. Y en cada habitación, para que comience el relato alguno tiene que pisar en el suelo un círculo amarillo que activa el sensor. Quien quiera profundizar tiene paneles, líneas de tiempo, gráficos y lecturas.

Interesante la semblanza que transmite el museo de este líder, militar, hijo de un funcionario español enviado para encargarse de las cuentas, miembro de la sociedad más acomodada, que con varios de sus hermanos (como la «Macacha») se volcaron a la causa independentista. 

Ilustrativo además, porque queda claro que mientras en el puerto de Buenos Aires la discusión era política y económica, en el norte se seguían matando a puro sablazo, trabuco y lanza.

Desde 1816, que se declaró la Independencia, en territorios de Salta y Jujuy hubo unas 50 batallas cuerpo a cuerpo hasta 1821, cuando murió Güemes, y la Guerra Gaucha continuó todavía un par de años más. En este museo, entrás con tonada cordobesa. Salís con pasta de infernal.

Los niños de Llullaillaco

¿Ir o no ir? Sabía qué me iba a encontrar, me lo habían contado, había leído sobre la historia de los niños del volcán Llullaillaco que desde 2007 se exhiben de manera rotativa en el Museo de Arqueologia de Alta Montaña de la ciudad de Salta. Y no pude escaparle a la curiosidad, a la controversia ni a la consternación.

Dormidos por efecto del alcohol de chicha, acurrucados en la misma posición que los dejaron sus ancestros para que fueran al encuentro con los dioses, arropados con las mejores prendas, rodeados de un ajuar de más de 160 objetos preciosos, los tres niños permanecieron durante 500 años en un enterratorio sagrado, a 6.700 metros de altura. Y en esas condiciones, de temperaturas bajísimas, de escaso oxígeno, sus cuerpitos se momificaron y permanecieron inalterables, en un estado de conservación asombroso. 

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Conmueve verles las manitos gordas, los ojitos cerrados, el pelo desordenado, los dientes de leche en la boca de cachetes redondos. Conmueve porque son niños, y porque nos llevan sin intermediarios a cómo eran sus vidas hace 500 años. Es difícil dejar de mirar los detalles. En los pies llevan sandalitas muy parecidas las nuestras. 

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Y entonces nos preguntamos qué hacemos «espiando» en la más sagrada intimidad ajena. ¿Tendremos derecho a esta clase magistral de antropología a cambio de $100? Uf… esto se parece bastante a una profanación en nombre de la cultura.

¿Deberíamos no ir entonces a este museo provincial tan bien puesto que, además, presenta el hallazgo con mucho respeto? ¿La autocrítica de National Geographic habrá incluido la expedición al volcán Llullaillaco que financió en 1999 y que volvió con los tres niños? De verdad, salí con más preguntas que respuestas, pero agradecí la oportunidad y la conmovedora experiencia de haberlos visto.

El Museo está ubicado frente a la plaza principal de Salta y abre de martes a domingos, de 10 a 18.