A 160 kilómetros de la capital salteña, este pueblo de 10 mil habitantes espera con la cumbre siempre blanca del cerro Nevado, la iglesia colonial y el encanto de su gente.

«Yo estuve ahí». Es como si fuéramos a Cachi para decir eso, y apenas llegamos vamos por la foto que certifica la belleza de la iglesia San José, la del triple campanario recortado en el cielo azul. Recién después de confirmar que el viejo oratorio del siglo 18 sigue plantado frente a la plaza como lo vimos en tantas postales ajenas, se apacigua la ansiedad y es posible sintonizar con el ritmo calmo de este pueblo de casas de adobe en el valle calchaquí.

 

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En el altar espera San  José, que se viste de flores cada 19 de marzo para las celebraciones en las que el pueblo entero sale a la calle a pedirle y agradecerle.

La iglesia comparte la plaza con el Museo de Antropología que sirvió para recolectar valioso material hallado en distintas excavaciones en la zona. La visita no llevará más de una hora, y merece la pena ese viaje en el tiempo.

De paseo

A 160 kilómetros de la ciudad de Salta, llegar a Cachi demandará unas cuatro horas, pero el viaje es un regalo que pagan la Cuesta del Obispo, el Parque Nacional Los Cardones y la recta del Tín Tin. 

A falta de auto, y preferible a las excursiones que van por el día (en incluso a los ómnibus del servicio regular), resultan los remises que gestiona la gente del pueblo, con quienes se puede acordar horarios y recorridos para recorrer con otros pasajeros.

Es que lo ideal es quedarse un par de días en Cachi, para dejarse tentar con los restaurantes que ofrecen comida andina (puedo dar fe de la humita y del cabrito, en las mesas de Viracocha y Ashpamanta)  y con los vinos de altura de sus bodegas, como Puna e Isasmendi, esta última a metros nomás del Centro. Cachi tiene posadas y hosterías encantadoras, como su gente.

El cementerio se ve desde todos lados, en lo alto, y el paseo hasta el mirador es una caminata que regala vistas y sensaciones, igual que el sitio arqueológico El Tero, hermoso, al que se accede sin ningún tipo de barreras y le vendría muy bien un poco más de atención para poder interpretar a partir de esos vestigios cómo era la vida y las costumbres de la comunidad calchaquí que habitó esas tierras. 

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Otra gran idea en Cachi es alquilar una bicicleta para rondar sin rumbo por callecitas llenas de sorpresas. Y estar muy atentos a la noche, porque es negra y se llena de estrellas.