Pioneros, rebeldes, criminales, aventureros, hicieron la historia de Ushuaia. Allá vamos cinco mujeres a buscar un poquito de todos ellos.
Somos cinco. Hermanas, primas, tías, primas, sobrinas. Un enjambre de títulos cariñosos que nos sirve de combustible para alimentar el viaje al Fin del Mundo. Allá vamos. A perdernos. A encontrarnos. Nada puede salir mal. Nos juntamos en Buenos Aires para un vuelo de tres horas. Es noviembre. Ushuaia nos recibe con 14 grados, hermosa.
Apenas llegamos, tomamos un transporte hacia Tolhuin, un pueblo que conviene visitar junto al lago Fagnano. Las agencias ofrecen visitas para ir y volver en el día. Recomiendo fervorosamente quedarse por lo menos una noche. O dos. O tres.
Ciudad del fin
“El clima de Tierra del Fuego siempre tiene agua. Puede ser en estado líquido, sólido o gaseoso. Pero siempre es con agua», nos dice el remisero apenas ponemos un pie en Ushuaia. Lo dice viendo nuestras ganas de salir a caminar rumbo al glaciar Martiel que vigila siempre blanco la ciudad y que supone una caminata tranquila, de tres o cuatro horas, con satisfacción garantizada.
Pero el plan es incompatible con el aguanieve que cae sobre las capuchas de nuestras camperas. Rápidamente activamos el Plan B: cafecitos, bares y museos.
Hay varios, y muy bueno. Un bar para destacar, el preferido, Ramos Generales, sobre la avenida Maipú, en un local inmenso que parece recreado, pero todo es original. Todo lo que se ve en las estanterías estuvo guardado durante 30 años hasta que lo acondicionaron como confitería. Probamos una sopa de calabaza cremosa y reconfortante.
También recorrimos un par de museos y fuimos al viejo Presidio. Es una visita obligada, ilustrativa y bastante dolorosa también que confirma esta ciudad hermosa le debe buena parte de su presente y de su potente futuro al sacrificio -muchas veces inhumano- de esos muchachos de traje a rayas.
Un deseo
Si tenés la suerte de ir a Ushuaia y te dan un deseo, vos pedí navegar por el Canal Beagle. En el puerto ofrecen programas de jornada completa e incluso de varios días, pero el paseo de tres horas te cumple el sueño, y no vas a ser la misma persona cuando regreses.
Por 1.450 pesos (casi 40 dólares), tu casa será un moderno catamarán de tres pisos que se mueve silencioso entre los islotes. El barco está lleno de extranjeros que toman algo sentados frente a los ventanales, o disparan con enormes teleobjetivos hacia el horizonte.
Nosotras subimos a la cubierta para sentir el viento en la cara mientras a nuestro paso aparecen y desaparecen islas, fiordos, montañas, rocas. Algunas están tapadas de cormoranes, lobos marinos, pájaros, bichos hermosos. Bajamos en una para dar una breve caminata.
Fitz Roy tenía 23 años cuando quedó a cargo de la expedición porque el capitán del buque se voló la cabeza frente a las costas de Tierra del Fuego. En 1828 descubrió este canal y lo bautizó como su barco, Beagle.
En uno de estos islotes se enfrentó con tres nativos y decidió llevárselos a Inglaterra para «civilizarlos». Un par de años después volvería para repatriarlos junto con Darwin. Pero eso es otra historia del Fin del Mundo. O la misma. O el principio. Quién sabe.
Dos deseos
Fe de erratas. En Ushuaia hay que pedir dos deseos. Navegar el Canal Beagle y tener un día de sol para perderte en La Pataia.
El parque Nacional de Tierra del Fuego se desparrama en torno a una bahía que regala algunos de los mejores paisajes del sur argentino.
Perdón, agrego un tercer deseo para cumplir en Ushuaia: hay que pedir otro día de sol para caminar hasta el glaciar Martial. Remontar la montaña de la cresta siempre blanca sin más horizonte que las laderas de los cerros aledaños es lo más parecido a volar sin alas.
La caminata al glaciar puede llevarte una mañana entera, o una tarde, y siempre con precaución, siguiendo primero la senda demarcada y luego la huella de alguien que ya haya transitado por el lugar ese día, termina allí donde digas: basta, está muy bien para mí. Gracias.